lunes, 24 de noviembre de 2008

Fuera de contexto V: De la Davis aprendimos algo

Íbamos a sacarle los calzones del upite a Nadal y nos lo terminaron rompiendo los que eran segundones. Nos hicimos los vivos cambiando la superficie para perjudicar al Nº 1 y nos salió el tiro por la culata. Festejamos antes de tiempo. Fuimos campeones con la barrida de Nalbandian a Ferrer. Y nos olvidamos del resto.
No nos acordamos que en frente de los nuestros había jugadores de puta madre, que venían con cero agrande y toda la concentración. Que habían trabajado duro para llegar al encuentro clave al 100 por ciento, en vez de preocuparse en hacer pucheros por la sede de la final. Era un equipo de cuatro, y no cuatro individualidades. 
Cuánto nos falta por aprender... cuánto nos enseñaron. David hizo lo suyo el viernes, pero quedó en deuda el sábado. Del Potro sintió el trajín del año, el Masters hace cinco días y el peso de tener una mente de un pibe de 20 años, que es lógico que haya sentido la presión del momento. Acassuso, se sabía, estaba en uno de sus peores momentos físicos y tenísticos. Hizo lo que pudo y más también, pero no alcanzó. 

Tan cerca, tan lejos. Para ganarla, habrá que 
mejorar mucho, sobre todo de la cabeza. (Foto Olé)

Del otro lado hubo un sólido muro de ladrillo rojo, compacto, sin grietas, con dos jugadores que -sin ser doblistas- se lucieron en parejas y brillaron en singles. Nada que objetar, nada que se interponga como excusa. Fueron mejores y chau pinela. 
Pero tuvo que venir del tenis el mazazo para entender que no se puede hablar de fracaso. Para comprender que no nos podemos emborrachar de existismo una semana antes y luego, para volver de la resaca, tomarnos el café más amargo y derrotista. En cuatro años se llegó a dos finales y una semifinal. Nalbandian tiene 25 años y Delpo 19. ¿Hace falta decir que habrá revancha?
De todos modos, lo más destacable de todos es el aprendizaje del público argentino, y de nosotros los periodistas también. Porque desde las tribunas se empezó la serie con los calzonazos a flor de piel y se terminó aplaudiendo como corresponde a dos monstruos que dieron clase de tenis y de carácter. Y desde los micrófonos y cámaras, no nos quedamos sollozando excusas poco creíbles, sino que reconocimos lo evidente. Nos ganaron bien. 
Muchas veces -en el fútbol, todas- nuestro orgullo de argentinos no nos permite comprender lo básico; que en el deporte siempre hay uno que gana y hay uno que pierde, y que es muy posible que haya uno mejor que el otro; y que lo más factible es que quien sea el mejor, gane. Al fin lo entendimos. Al fin aprendimos algo. 

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