Suele caerse en un lugar común al significar el concepto “
desaparecido” : directamente, casi de manera instintiva, se hace la referencia con las víctimas de la dictadura militar de 1976-1983. Pero el fenómeno al que asistimos en nuestro país por estos días obliga a ampliar el panorama, y de una vez por todas reasignar un sentido a esa palabra. Hay civiles que desaparecen. Personas que nada tuvieron que ver con los ’70 (algunos que ni habían nacido aún) y que hoy parecen estar abducidas por extraterrestres. Son víctimas de delitos de lesa humanidad, actuales, recientes, bien lejos de esa vetusta -y forzadamente todavía vigente- confrontación izquierda-derecha. Acá hay gente común de la que nada se sabe desde hace semanas. Y esto es tan grave como la inacción y la escasa preocupación que se demuestra desde esferas oficiales, muy distinta a la postura que se toma con reivindicaciones que serán válidas o no, pero que deben quedar en un segundo plano ante una realidad que en el ahora mismo, nos pasa por encima.
De esto, ya está bien. Con lo que pasa hoy, tienen suficiente para trabajar.
En el último mes se registraron varios casos hasta ahora irresueltos. Andrés Martín en Baradero, Sofía Herrera en Río Grande y ahora Luis Antonio Rossino y su amigo Germán Ignacio Kiernicki, en Berisso.
¿Es tan difícil investigar? ¿Tan imposible establecer una línea de búsqueda que permita llegar a algo más que un “no tenemos nada”? ¿O habrá que esperar 30 años para que se sepa algo del paradero de estas personas?
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