lunes, 22 de septiembre de 2008

Así nos matan

Mientras los policías siguen trabajando con las mismas armas nueve milímetros que les entregaron cuando egresaron de la escuela (algunas tienen más de 20 años), y deben penar con engorrosos trámites para que les provean de una caja de balas (si no, se las tienen que comprar ellos), los delincuentes importan “tecnología” de Estados Unidos.
En varios allanamientos a bandas de piratas del asfalto y grupos comando realizados recientemente en el Conurbano Bonaerense, se ha descubierto que los asaltantes usan una extraña pero letal especie de munición, denominada “balas de punta hueca” o de “deformación forzada”.
Este tipo de proyectiles es unas diez veces más peligroso que las balas comunes. Y no sólo no es sencillo de conseguir en nuestro país; su venta está prohibida, por lo que cualquier tipo de distribución de la misma es absolutamente ilegal.
Las balas de punta hueca provocan una herida más grande pero detienen su camino en el blanco, lo que evitaría que otro individuo resulte herido de refilón. No penetran tan profundamente en el cuerpo, pero al hacerlo la punta se achata y se expande, causando una herida más desgarrante y que se infecta más rápidamente al contacto con la pólvora. Es definitiva, una laceración mortal.
El aspecto supuestamente “positivo” de la munición radica en que se detiene, como consecuencia de la expansión, y no sale del blanco con el riesgo de herir a un tercero.


Letales. Corte transversal de una bala de deformación forzada.


Este tipo de municiones son utilizadas habitualmente por servicios de inteligencia norteamericanos, como el FBI y la DEA, y fueron puestos en práctica por primera vez en una policía de prevención durante 1997, en el estado de Nueva York, en una iniciativa del alcalde de entonces, Rudolph Giuliani, célebre por su conocido partidismo por la política de “mano dura”.
En el ámbito nacional, el uso de ese tipo de balas está totalmente prohibido, por lo que se investiga cómo hacen los delincuentes para conseguirlas.
Hasta el momento, la versión más firme que existe es que los delincuentes consiguen balas comunes y luego las trabajan con una herramienta (cincel, cortafrío) para convertirlas en municiones de punta hueca.
Esa técnica está íntimamente relacionada con una cultura casi artesanal de los efectivos policiales, que en las escuelas aprenden a confeccionar este tipo de proyectiles casi como un divertimento.

Así funcionan. La destrucción está asegurada.


El problema es que, en manos equivocadas, esas balas son absolutamente mortales, aún peor que las convencionales. Las conclusiones, entonces, son dos.
La primera: habrá que investigar qué relación existe entre las bandas de delincuentes a las que se le secuestraron esas balas y la fuerza policial, teniendo en cuenta la factibilidad que existe en lo concreto de que un policía exonerado de la unidad se convierta en asaltante, usando los conocimientos y contactos que obtuvo durante su carrera en el área de seguridad. No es novedad que las sucesivas y arbitrarias purgas en la Bonaerense durante la gestión de León Arslanián fueron caldo de cultivo para estos “poliladron”.
La segunda: hay individuos que andan sueltos por la calle, con balas que están prohibidas en varias partes del mundo por su extrema peligrosidad. Las emplean para asaltar a la gente común, en pleno Gran Buenos Aires. Y, se sabe, no tendrán reparos en usarlas contra cualquiera que se les oponga en el camino.

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