lunes, 12 de enero de 2009

Después preguntan por qué estamos como estamos...

Hoy me amargué viajando en colectivo. Y, para ello, me alcanzaron los 30 minutos que duró mi travesía desde mi casa hasta el diario. Trazado que, en condiciones normales, debe ocupar sólo 15 minutos de mi existencia, pero bueno, sigamos aumentando boletos sin exigir mejoras de fondo en los servicios...
Esa, sin embargo, no es la cuestión de fondo; es un mero detalle, aunque hace al tema. Enlatado como sardina en un colectivo retrasado al menos diez minutos, y apretujado a un costado de la puerta delantera del micro (más atrás no pude pasar) comencé a asistir al espectáculo más decadente y vergonzozo que podés esperar un lunes de enero a las 9 de la mañana.
De los asientos delanteros se levantó, para bajar, un hombre con apariencia bastante saludable. Al toque ocupó la butaca una chica notoriamente embarazada, que -fuera de mi campo visual, hasta ese momento- había esperado, parada, sin éxito que alguien se apiadara de ella y aunque sea por el resguardo del bebé le cediera el asiento.
No pasó mucho tiempo más hasta que accedió a la unidad una mujer joven, con evidentes dificultades para caminar y mantenerse parada, posiblemente consecuencias de alguna situación traumática, como un accidente de tránsito. Va a sonar feo, pero la verdad es que su renguera se notaba desde que aún estaba abajo del colectivo. Luego de que sacara su boleto, el chofer -como corresponde- pidió en voz alta que liberaran un asiento delantero para la mujer lesionada. Ésta, en consecuencia, se acercó a una señora -50 años, aproximadamente- y le solicitó con amabilidad poder sentarse.
La respuesta de la mujer cómoda en el asiento fue sencillamente indignante: por encima de sus lentes oscuros, miró a la joven de arriba a abajo -como si se tratara de una loca, o algo así-, le dio vuelta la cara y siguió mirando por la ventana como si nada. A esa altura de las circunstancias, ya había subido más gente y la chica con la lesión en las piernas no tenía espacio ni para girar la cabeza; allí se quedó, parada, sin que nadie se inmutara.


Yo, yo y sólo yo. El egoísmo está presente en muchas actitudes cotidianas.

Tal vez no crean que esto sea cierto, quizás piensen que exagero, pero no. Esto pasó esta mañana en un interno de la línea 520 (ramal Pilar-Presidente Derqui) y no hay una coma de invento. No termina ahí, tampoco. Unas paradas más adelante en el recorrido ascendió al colectivo una mujer embarazada y con un nene pequeño (no más de un año y medio), y se encontró con el mismo problema que las otras. Esta vez, el chofer, o por desidia o por no meterse en un problema si insistía, no emitió palabra. La madre encinta, de pie y con el otro chiquito en brazos durante cinco paradas, hasta que uno se bajó y la gente que también estaba parada, la dejó sentar.

¿Es posible tanta descortesía, egoísmo, individualismo y falta de sentido comunitario, todo junto, en tan poco tiempo y en un mismo lugar? ¿Cuál será el resultado de multiplicar estas acciones prolongadamente en el tiempo y por toda la superficie del país? ¿Tendrá algo que ver con la realidad social y política -pero sobre todo social- que debemos padecer diariamente?
Particularmente, pienso que sí. Esta misma actitud, de mirar permanentemente hacia adentro sin importar lo que le ocurre al de al lado, se manifiesta -en mayor o menor escala en miles de situaciones cotidianas, y hasta podría identificarse también en muchas de las medidas que toma el Estado.
Yo la veo en la empresa multinacional que con el primer amague de ganar menos que el mes pasado (aunque el producto de esa "crisis" sea una ganancia con nueve ceros) decide "paliar" la situación echando 300 empleados que mantienen a sus familias con 1.500 pesos; la encuentro en los hospitales sin médicos, en las escuelas sin calefacción en invierno ni ventiladores en verano; la hallo en los requisitos imposibles de lograr para que un trabajador promedio pueda acceder a una vivienda propia para su familia...
Pero ojo, que también está en lo que podría identificarse como pequeñez cotidiana, las acciones que todos nosotros hacemos o dejamos de hacer; todo lo bueno que pudimos hacer y no hicimos por el otro, o todo lo malo que pudimos no hacer y terminamos haciendo.
Que muchas iglesias estén cerradas cuando no hay misa porque a la noche las dañan; que las plazas públicas tengan candado y llave porque las destrozan; que las calles estén inundadas de basura -y, por eso, se inundan cuando llueve-; que no pueda funcionar siquiera una sociedad de fomento barrial sin que los integrantes se maten por obtener el mayor beneficio, pero para ellos mismos en lugar de para su comunidad. Que pase todo eso, por sólo citar algunos ejemplos, da una pauta de por qué nos pasa lo que nos pasa a los argentinos.
Hoy viajé en colectivo, media hora, y me alcanzó para ver lo peor de nosotros. Y me amargué.

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