jueves, 9 de abril de 2009

San Isidro y el muro de los espejos

La iniciativa del intendente de San Isidro, Gustavo Posse, de construir un muro para "proteger" de la delincuencia a la zona más acomodada de su Partido da lugar para varios análisis. Pero más allá de la cuestión meramente legal, la política o, incluso, la operativa (cuán efectivo puede llegar a ser en realidad), el levantamiento de ese paredón puede funcionar como una muestra gratis, a escala perfecta, de los grandes vicios de la sociedad argentina.
Sea ya desde el Estado, la política o la masa vecinal, la edificación de la pared para dividir San Isidro de San Fernando fue acumulando, uno sobre otro, como bloques de cemento, los peores defectos que le impiden a este país salir de su eterno letargo y mediocridad.
No es difícil identificar la improvisación de la intendencia de Posse para planificar y ejecutar la medida, ante el reclamo por inseguridad de 33 vecinos de La Horqueta. Habitantes que, por su parte, no repararon en lo más mínimo en quién tenían al lado y cuánto mal podrían hacerle a los vecinos del otro barrio afectado. Sin importarles cuántos vecinos de El Jardín en realidad tienen antecedentes penales, decidieron -en un autoatribuido doble papel de acusador y juez- que esas personas era la única razón de todos sus males y, por ende, había que aislarlos del mundo y de la "gente decente". Prejuicio, discriminación, intolerancia, egoísmo, todo en uno. Y con una venia oficial, lo que es peor.

El auténtico muro infernal. Posse intenta solucionar un problema con otro problema.

El muro constituye también una fiel representación de la ley que mejor se aplica en la Argentina: la del menor esfuerzo. Bien lejos de alguna solución de fondo, la intendencia de San Isidro apeló a una iniciativa cortoplacista y apurada que, en términos concretos, no tiene ninguna efectividad posible. Está claro que el delincuente buscará otra vía alternativa para robar en La Horqueta, o bien lo hará en otro barrio, con lo que el problema sigue tan firme como una pared de hormigón armado.
Concluyendo, Posse terminó no haciendo otra cosa que despilfarrar el dinero de sus contribuyentes levantando una estructura sin el más mínimo justificativo que brindar la "sensación" de seguridad a un puñado de familias acomodadas; y que, además, no duró más que un par de días al ser destruida por los propios vecinos de San Fernando. En definitiva, presupuestar restos de obra.
Hilando fino, la decisión del jefe comunal sanisidrense no pudo tener menos cintura política, más a dos meses de las elecciones. Pero, para variar, ni el oficialismo ni el resto del arco opositor aprovecharon como corresponde el derrape. Desde ningún sector se escuchó una propuesta superadora en cuanto a la seguridad de la zona; se volvió a apelar a la crítica por la crítica misma y no como medio para corregir acciones equivocadas y proponer mejores soluciones.
El muro de San Isidro más bien parece estar construido con espejos; cualquiera que se mire en sus escombros podrá identificar en ellos las prácticas más enviciadas de la política argentina, y de la ciudadanía también. Esas mismas que nos dan la respuesta de "por qué estamos como estamos". Lástima que algún empleado municipal removerá los restos de la pared y se llevará a la basura una reflexión que debería quedar erguida y presente, cual pared de ladrillo.

1 comentario:

El Embríon de Soñador dijo...

Una de los peores brotes ideológicos argentinos (porque en el fondo, una pared siempre es una expresión de ideología).
concuerdo conque, más allá del oficialismo (y de una forma bastante vaga) nadie fue lo suficientemente rápido para dilapidar rápido a Posse (más no fuera a beneficio porpio). La ineptitud, la arrogancia y el prejuicio, el sistema de casta planteado con esa estúpida pared, me hicieron pensar que, si esa pared prosperaba (y eso decía mucho del país que íbamos a ser o ya somos), entonces era el momento de irse del país. Posse debería haber sido excecrado de la política. Debería haber terminado como consultor del gobierno del Apharteid en el exilio, o como asesor de campos de concentración.